Moby Dick 2020
Ante el embate del monstruo blanco, el marinero, implorando al Diablo, en desesperada faena, buscó el trozo de madera que lo salvaría conjurando las amarras de la muerte, tal como en la épica leyenda. Corrió de la proa a la popa y de babor a estribor. Pero ni él hablaba inglés, ni los barcos balleneros eran de madera como en aquella historia. Claro que, en momentos como ese, la memoria acude a algún final feliz enredado en el miedo. Tampoco era sólo una ballena enojada, sino una manada dispuesta a torcer el final dejando sin maquillaje el rostro de miles de mujeres que nunca escucharon la belleza en el canto de una ballena. Así que Dios, o el Diablo, ¿quién puede saber a cuál le gusta más lanzar el último arpón?, harían, una vez más, Justicia.
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